Por Diario Digital
La noche del domingo, una luna prácticamente llena iluminó la presentación del Grupo Sotz’il, en el Cubo Escénico del Centro Cultural Miguel Ángel Asturias. Los jóvenes músico-danzantes kaqchikeles, por su parte, representaron un fragmento del Popol Vuh y deslumbraron al público que disfrutó una obra de fuerza, memoria, denuncia y reflexión sobre la esencia de la tierra en la actualidad. a noche del domingo, una luna prácticamente llena iluminó la presentación del Grupo Sotz’il, en el Cubo Escénico del Centro Cultural Miguel Ángel Asturias. Los jóvenes músico-danzantes kaqchikeles, por su parte, representaron un fragmento del Popol Vuh y deslumbraron al público que disfrutó una obra de fuerza, memoria, denuncia y reflexión sobre la esencia de la tierra en la actualidad.
La noche del domingo, una luna prácticamente llena iluminó la presentación del Grupo Sotz’il, en el Cubo Escénico del Centro Cultural Miguel Ángel Asturias. Los jóvenes músico-danzantes kaqchikeles, por su parte, representaron un fragmento del Popol Vuh y deslumbraron al público que disfrutó una obra de fuerza, memoria, denuncia y reflexión sobre la esencia de la tierra en la actualidad. a noche del domingo, una luna prácticamente llena iluminó la presentación del Grupo Sotz’il, en el Cubo Escénico del Centro Cultural Miguel Ángel Asturias. Los jóvenes músico-danzantes kaqchikeles, por su parte, representaron un fragmento del Popol Vuh y deslumbraron al público que disfrutó una obra de fuerza, memoria, denuncia y reflexión sobre la esencia de la tierra en la actualidad.
Casa
llena. El escenario, un cuadrangular marcado con margen de tierra y flores, se
rodeó de asistentes sentados en el piso, al filo de una tarima y en las sillas
plásticas dispuestas para el evento. La gente que comenzó a llegar al Teatro
Nacional con anticipación y ocupó los contados lugares antes mencionados,
observó cómo fueron tomados todos los espacios y hasta las escaleras que llevan
al techo del edificio.
La
música de Jom Kamasotz’, hasta el momento único disco grabado por Sotz’il,
amenizó la previa. Cuando el público aplaudió por segunda vez, en espera de
animar a los actores a ocupar la escena, las flautas y tambores que sonaban
disminuyeron para abrirle paso a sus creadores; de una esquina apareció un
perro y la representación de la madre tierra que se revolcaron juntos dentro
del cuadrante.
Parecía
un perro. Ladraba, aullaba, olfateaba y corría como perro. Su máscara café,
sonriente y con grandes ojos, era realmente exacta.
De
pronto, al escenario entraron con grandes zancadas el fuego, el agua, la luna,
el viento y la vida; seres esenciales que se debatieron entre las raíces de la
naturaleza, la humanidad, los recursos y su explotación.
Sus
cantos, sus melodías, sus movimientos. La danza de Sotz’il contó la historia de
la vida, su deambular con la madre tierra y la luna, con la compañía de los
nawales, mediadores de energías que crean y transforman las esencias.
En
un punto, con gritos en kaqchikel, con alegría y fuerza estremecedora, los
siete intérpretes recogieron los frutos que en el círculo central del cuadrilátero
había colocado la madre tierra y los arrojaron al público. Un festín, tal vez,
hasta que la tierra quedó vacía y de las bocinas salieron sonidos de aves y pájaros
que poco a poco transmutaron en industria, en vapor, engranajes y compresiones.
El
silencio del Cubo Escénico se colapsó por el ruido de las máquinas. Sotz’il
corrió, abandonó la escena. Y permaneció el silencio; permaneció la maquinaria
trabajando.
***
Dirigida por Víctor Barillas. Actuada por Mercedes Francisca García Ordóñez
(madre tierra), Marcelino Chiyal Yaxón (fuego), Jorge Chiyal Chumil (agua),
Daniel Francisco Guarcax González (viento), Cesar Augusto Guarcax Chopén
(vida), Luis Ricardo Cúmes González (luna) y Juan Carlos Yaxón Chiyal (perro).
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