Por Carol Zardetto
Lisandro Guarcax no fue el primero.
En un país en que alrededor de veinte personas diarias mueren en forma violenta, pareciera que otra muerte nos debería parecer un poco más de lo mismo. Sin perjuicio de que no podemos permitir que la muerte nos deje impávidos, en esta ocasión mataron a Lisandro Guarcax y todo apunta a que la razón de su muerte está vinculada a su pertenencia a Sotz’il, grupo artístico maya de enorme relevancia. No fue el primero. Antes fueron asesinados Ernesto y Emilio Guarcax González, otros miembros del grupo.
Las especulaciones apuntan por lados diversos: para algunos este acto terrible viene de manos de ladinos racistas, incapaces de absorber un cambio de paradigmas sobre el indígena a quien todavía asumen con una mentalidad anacrónica de conquistadores. Para otros, fueron las propias estructuras fundamentalistas de su pueblo las que fraguaron no sólo la muerte de los integrantes del grupo, sino la del propio grupo. Nada más temido que la transformación que viene con las nuevas generaciones para las mentes obtusas que no admiten una necesaria evolución.
No importa de qué sector recalcitrante de nuestra sociedad provino la violencia. En todo caso, es expresión del tenebroso impulso de supresión tan enraizado en nuestra idiosincrasia, y es precisamente allí hacia adonde debemos apuntar nuestras baterías.
No importa de qué sector recalcitrante de nuestra sociedad provino la violencia. En todo caso, es expresión del tenebroso impulso de supresión tan enraizado en nuestra idiosincrasia, y es precisamente allí hacia adonde debemos apuntar nuestras baterías.
Paul Eluard dijo que la libertad es un estado del espíritu. Y nada más temido que el sentido de libertad sembrado en cada corazón humano. Por eso nuestras estructuras educativas, religiosas, sociales lo matan lentamente con sus desviados mensajes que prefieren mentalidades pequeñas y conformistas. Por ello también, lo matan con violencia cuando, a pesar de todo, encarna en alguien donde el espíritu de libertad progresa, prospera e impulsa al cambio social, tal el caso de Lisandro.
No es el arte y sus infinitas posibilidades lo que está mal en nuestra sociedad o en la pequeña comunidad de El Tablón, Sololá. Lo que está mal es cultivar y permitir que siga creciendo una sociedad rígida y temerosa. Aprendamos a sembrar semillas de tolerancia.
La paz implica la grandeza de acoger la expresión de las múltiples formas del pensamiento y la emoción humanas. Implica aceptar que la realidad será conformada por la diversidad de fuerzas y maneras de ver el mundo y en ello radica precisamente su riqueza. Así, ningún pensamiento fundamentalista y totalizador permite la paz.
Lisandro Guarcax está muerto y es urgente esclarecer su asesinato. Quizá la justicia pueda cumplir con una de sus magnas funciones: restablecer la armonía en medio del terror y la sinrazón. En todo caso, los invito a reflexionar: Lisandro y el grupo Sotz’il han ofrendado a nuestra sociedad un precioso mensaje. Podemos crear una Guatemala joven, poderosa y con una infinita belleza. Una Guatemala libre de la oscuridad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario