VIII Manifestarte, reflexión sobre cultura y violencia
En la sede del colectivo organizador de Manifestarte la agenda está a tope. Miembros del equipo entran y salen, ocupados en distintas tareas mientras, en una pared junto al afiche de este año, un letrero marca la cuenta regresiva: ¡Falta menos de una semana! Noviembre finalizará con la catarsis, desahogo y esparcimiento cultural alternativo que propicia el festival.
En su octava edición, Manifestarte se acerca nuevamente a los motivos que lo vieron nacer. Este año tiene por tema la exclusión y está dedicado a la memoria de Lisandro Guarcax González (lea Artista kaqchiquel), así como a las demás víctimas de la violencia. Iniciado en 2003, y con el antecedente de un festival previo llamado Alegría en el cerro el año anterior, Manifestarte surge de una coyuntura de la fauna política local: el Jueves Negro, la toma violenta por parte de seguidores del Frente Republicano Guatemalteco de distintos puntos de la capital para exigir la inscripción de Efraín Ríos Montt en las elecciones.
En los inicios del festival, el espacio del Cerrito del Carmen estaba marcado aún como un sitio lastrado por un pasado reciente de zona roja, en definitiva no el mejor lugar para las actividades culturales. Pese a esto, la respuesta de parte de los artistas y organizadores fue notable, ya que los unía un interés común de denuncia contra la injusticia “la queja de parte de los artistas en ese momento era que hay violencia y que eso repercute en toda la sociedad. Nuestro propósito también era y es juntar a gente de todos los estratos; nosotros lo vemos así: la cultura y el arte deberían hacer que la gente se comunicara”, dice Paloma Calvo, encargada de comunicación del colectivo. El azar, los avatares de la política local y su respuesta de fuerza a toda clase de situaciones propiciaron, sin pretenderlo, la creación de una actividad que encontró en los espectadores la necesidad de tener un espacio para las expresiones culturales propositivas.
El esfuerzo de varios meses de organización y gestiones dará por resultado los minutos de un cantautor en el escenario, el espacio sobre el cual se presentará un bailarín, la exposición de un artista consolidado o emergente y la diversión de niños en juegos y talleres.
Tu corazón florece
“Para el integrante del grupo de danza Sotz’il, Lisandro Guarcax, y al resto de las víctimas de la violencia”. La dedicatoria del festival impide olvidar que el contexto de la vida cultural en Guatemala está marcado a menudo por la infamia del crimen y la injusticia; de esta cuenta, se celebraron dos festivales Tú corazón florece (con el apoyo de la Embajada de Noruega), nombrados así por un texto de la poeta Rosa Chávez en memoria de Guarcax.
El primero de ellos se realizó el 3 de octubre, en Sololá; y el segundo, en la Plaza Mayor del Centro Histórico, el 17 del mismo mes. Contó, entre otros, con la participación de la Comparsa de Caja Lúdica, Kamuku Q’ojomanela’, Tujaal Rock, Jazz on 6 y la presentación especial del grupo Sotz’il. En ambos eventos se buscaba, en general, denunciar la situación de violencia y, en particular, el asesinato de Guarcax. Para ello se recurrió a actividades culturales que reunieran a la comunidad. Acerca de los resultados de ambos eventos, Calvo indica que “en el caso del festival de Sololá, incluso creo que fue más efectivo que en el de la ciudad, porque la gente conoce la problemática que hay en el área, desde problemas como el secuestro, los linchamientos, los grupos de narcotráfico... en fin, hechos de los cuales la gente está consciente y que les afectan.”
Como parte de la respuesta a este crimen surge el blog tucorazonflorece.blogspot.com, espacio desde cual se ha recibido el apoyo de más de 600 firmas a título personal y otras tantas de organizaciones nacionales y extranjeras, como Amnistía Internacional, Habla Centro, Unión Hispanoamérica de escritores, Fundación Rigoberta Menchú, Kamuku Q’ojomanela’, Hijos y el colectivo Manifestarte.
El papel de la cultura
En su obra La violencia y lo sagrado, el filósofo inglés Thomas Hobbes considera la violencia (junto al miedo) como un valor fundacional de las estructuras de la sociabilidad humana. Para el caso de Guatemala, este acto forma parte de su mismo nacimiento.
Consultado al respecto, dice Gustavo Berganza, sociólogo y periodista fundador de la asociación Desarrollo, Organización, Servicios y Estudios Socioculturales (Doses): “Nuestra sociedad surge del choque, de la invasión de una cultura que somete a otras como la k’iche’y la kaqchiquel, principalmente”, al punto de que está relación se vuelve indisoluble. “No es posible hablar de la violencia como algo independiente de la cultura porque dentro de esa conducta, llamada violencia, entran muchos de los valores y normas que forma parte de la cultura guatemalteca. En ese sentido lo que vemos es que la violencia es una manifestación de la cultura”, apunta Berganza.
Si comprendemos a esta última como el resultado de las experiencias simbólicas compartidas, de las normas, valores, actitudes y registros materiales encontramos que en el arte, al igual que en los medios de comunicación, la denuncia de la violencia puede transformarse fácilmente en su normalización. Berganza: “Si nos fijamos en todo el montaje realizado alrededor de la exposición de ¡Oh revolución!, se ves que todo el arte de la posrevolución se centra muchísimo en representar la violencia, violencia total, o violencia mostrada en la imposición de estructuras de inequidad; hay un ambiente que impide ir a otro tipo de arte que no sea el que se inspira, registra y refuerza este valor, y tal vez en última instancia legitima”.
En el caso del festival Manifestarte, y su lema Arte por un mundo más humano, la creación de un espacio en el cual las expresiones artísticas no refuercen o repliquen el clima de injusticia e inequidad que genera la violencia cae en una paradoja: la de buscar una transformación de las conciencias sin tener que recurrir a uno de los tópicos que la marcan. “En ese lema hay un error”, indica Berganza, pues “la violencia es parte del ser humano; quizás deberíamos apelar al arte por un mundo menos violento, ya que este es un elemento que no se puede obviar de la cultura. Puede promoverse un cambio por medio del arte, pero esta es una variable necesaria mas no suficiente, uno de los recursos más eficaces para la socialización es la educación, lo cual requiere un esfuerzo conjunto muy prolongado”.
En la Bienal de Arte Paiz de 2008, una instalación de Verónica Riedel ganó el tercer lugar. Su exposición consistía en un video que mostraba a un vehículo (tuc tuc) blindado recorriendo la calles de la ciudad y junto al video se exhibía el mototaxi acompañado de su piloto, un guardia de seguridad. Como metáfora social y, claro, como objeto inusual, esta instalación concentró la atención de los espectadores. Podía verse a niños caminar alrededor, jugando a dispararle al vehículo, cuyos vidrios blindados estaban perforados por las balas. Al preguntarle al guardia cómo fue conducir ese vehículo el respondía: “No se veía casi nada, pero al menos los carros se hacían a un lado”.
Cuestionado sobre la lectura estética y social de esta obra, el analista de Doses comenta: “No puede haber manifestación más caótica de la disfuncionalidad vial de este país que estos vehículos; no siguen normas, la idea de blindarlos me pareció genial. Era como decir que todo ese tipo de conductas producen la disfuncionalidad, incluso social; estamos blindados, no cambiamos las conductas que nos hacen daño”.
En el manifiesto que condena el secuestro y asesinato (el pasado 25 de agosto) del artista maya kaqchiquel Leonardo Lisandro Guarcax González, coordinador del Centro Cultural Sotz’il Jay y del Grupo Sotz’il, se denuncia que este hecho afecta “el desarrollo de la cultura y el arte en nuestro país, visibiliza una vez más el clima de violencia y zozobra que vivimos, la represión y criminalización brutal hacia los pueblos y las voces generadoras de conciencia que buscan la construcción de un mundo más tolerante, ecuánime y plural”. Guarcax trabajó en el rescate y desarrollo del arte maya kaqchiquel en disciplinas como la música, la danza, la poesía y el teatro. Su trabajo junto al grupo Sotz’il se mantiene activo en sus representaciones, música y danza. “Cuando fuimos a preguntarle a un abuelo él nos dijo que con mucho gusto nos iba a enseñar, pero que no los avergonzáramos, él decía que la vergüenza no es para él sino para todos. Entendimos que no debíamos volver folclórico nuestro arte, y que la única forma de no hacerlo era volverlo político, un sentido político desde la perspectiva Maya, reivindicar nuestra cultura en Guatemala y decirle a las otras culturas que existimos, y a las demás, que estamos en evolución”, declaró el artista maya, en la entrevista que Magacín publicó el 2 de mayo de este año.
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