Por Paulo Alvarado
Revista D, Prensa Libre, 12 de Septiembre de 2010
Revista D, Prensa Libre, 12 de Septiembre de 2010
Empecé a conocer el trabajo del grupo Sotz’il algún tiempo después de su fundación, hace una década. Me fue llamando la atención su capacidad para emplear los elementos de una tradición local como punto de partida para una propuesta artística universal —no como punto de llegada para seguir repitiendo patrones de estampa turística—. Incluso, como miembro del Cuarteto Contemporáneo, pude alternar con Sotz’il en un festival, hace unos tres años. Lo gracioso en aquella ocasión fue que así como presentaron a Sotz’il como “grupo coreográfico kaqchikel”, al Cuarteto lo anunciaron como “grupo coreográfico ladino”…
Hoy, por desdicha, no escribo para celebrar esos encuentros, sino para unirme a la multitud de voces que expresan su indignación ante el asesinato del coordinador de Sotz’il, Lisandro Guarcax. Pero no lo hago para “exigir el esclarecimiento de este hecho de sangre a las autoridades”. Eso no servirá de nada, por la simple razón de que en nada les interesa llevar a cabo tal investigación. Tampoco escribo para quejarme de la impunidad que reina en el país —como si fuera cosa reciente, como si la historia de Guatemala no fuera de una larga vergüenza—. Ni por un momento me creo lo de un secuestro para pedir la ridícula suma de medio millón de quetzales por la vida del gran maestro, guía espiritual y líder social.
Escribo porque a Lisandro lo mataron por ser cabeza de uno de los grupos de teatro-danza más importantes del continente americano. Lo mataron, por no declararse convenientemente “apolítico” —como si existiera tal cosa— y por retar, desde el arte, al poder establecido. Lo mataron, pues, por ser artista.
Escribo, entonces, porque a los guatemaltecos nos urge vernos en un espejo, tanto en lo rural como en lo urbano, en lo comunitario como en lo nacional, y renunciar a la cobardía de creernos valientes cuando golpeamos a alguien que no nos conviene, o por sacarle un arma al que amenaza nuestros privilegios.
Sotz’il debe seguir adelante. Cuenten, hermanos, con la fuerza de los verdaderos artistas de Guatemala. Así, Lisandro Guarcax vivirá por siempre.
Paulo Alvarado
presto_non_troppo@yahoo.com
Hoy, por desdicha, no escribo para celebrar esos encuentros, sino para unirme a la multitud de voces que expresan su indignación ante el asesinato del coordinador de Sotz’il, Lisandro Guarcax. Pero no lo hago para “exigir el esclarecimiento de este hecho de sangre a las autoridades”. Eso no servirá de nada, por la simple razón de que en nada les interesa llevar a cabo tal investigación. Tampoco escribo para quejarme de la impunidad que reina en el país —como si fuera cosa reciente, como si la historia de Guatemala no fuera de una larga vergüenza—. Ni por un momento me creo lo de un secuestro para pedir la ridícula suma de medio millón de quetzales por la vida del gran maestro, guía espiritual y líder social.
Escribo porque a Lisandro lo mataron por ser cabeza de uno de los grupos de teatro-danza más importantes del continente americano. Lo mataron, por no declararse convenientemente “apolítico” —como si existiera tal cosa— y por retar, desde el arte, al poder establecido. Lo mataron, pues, por ser artista.
Escribo, entonces, porque a los guatemaltecos nos urge vernos en un espejo, tanto en lo rural como en lo urbano, en lo comunitario como en lo nacional, y renunciar a la cobardía de creernos valientes cuando golpeamos a alguien que no nos conviene, o por sacarle un arma al que amenaza nuestros privilegios.
Sotz’il debe seguir adelante. Cuenten, hermanos, con la fuerza de los verdaderos artistas de Guatemala. Así, Lisandro Guarcax vivirá por siempre.
Paulo Alvarado
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