MANDARINA
Por: Luz D. Montero Espuela / De viajes cuentos y fotos
No hay palabras en la performance de IRSE que transcurrió por las calles de Madrid el pasado doce de octubre, día de la Hispanidad. Sólo los dos actores que representan a las fuerzas de seguridad dan alguna orden concisa y seca: caminen, no se paren, vamos, no tenemos todo el día, aquí, quietos, apúrense, deténganse, alto...
JORDI MÖLLERING
Mientras, Guillermo, Jorge y Mandarina caminan en silencio: ellos dos con la mirada puesta en el asfalto, entretanto acarrean el barreño de zinc a medias lleno de agua; ella sujetando con una mano la bandera de su país y con la otra una falda del mismo azul que el cielo de hoy, que va recogiendo del suelo el gris del sucio Madrid y se va convirtiendo en un lastre deslucido.
JORGE DIAZ Y JORDI MÖLLERING
Lo de IRSE no ha podido ser una representación, ni siquiera de microteatro; apenas un conversatorio, como ellos llaman a eso de hablar e intercambiar puntos de vista sobre la obra. Así hicieron la noche anterior con un grupo de migrados que acudieron a saber quiénes eran esos que habían venido hasta Madrid para encontrar, oh sorpresa, que no estaban incluidos en programa de teatro alguno, por mucho que el holandés del grupo, el que se encarga de la logística, llevara dos meses de conversaciones y confirmaciones con dicho teatro. Pero la vida es así, llena de sorpresas inexplicables. Y entonces, en aquel recóndito café de nombre y calle cambiante, se reunieron algún venezolano, algún colombiano, alguna cubana, legales e ilegales, y quién sabe quién y de dónde más, para escuchar qué habían querido hacer estos guatemaltecos, con holandés infiltrado. Pero más que eso, lo que cada uno quiere es contar su historia, o la de su país, de ahí quizá que ellos a eso lo llamen conversatorio, porque todos hablan, a medias escuchan, de tal modo que, cuando acaba la noche, ni tiempo ha habido de que ellos, que son los protagonistas, cuenten su historia, esbocen su proyecto.
Porque el proyecto existe y de ello dan fe las pruebas visuales y escritas que han traído:
JORGE DIAZ
En 2011 partieron de Guatemala hacia el Norte, como hacen tantos cada día, como hizo Jorge, y no una sino dos veces. Y allí, en la ruta, comenzó la andadura de la obra, evolucionando o retrocediendo en cada parada, en cada centro migratorio, con cada migrante nuevo que se une a ella, para participar o simplemente para ver, para escuchar, para sentir.
Y es en ese camino hacia el Norte donde también cambia algo dentro de ellos mismos; quizá sin ser conscientes al principio, pero inexorablemente, porque allí ellos son los privilegiados, cual si fueran los del Norte. Porque cuando los "migrantes" tomen el tren que atraviesa México, ellos no irán acompañándoles en el techo del monstruo, atados para evitar caer, temiendo dormir por miedo a perder sus pocas posesiones o sus vidas.
No, ellos irán en carro, en coche, o en autobús, confortablemente acomodados el uno junto al otro, escuchando música, hablando o, simplemente, durmiendo.
Y llegarán a la frontera y enseñarán sus pasaportes, sus visados, sus permisos, y la cruzarán sin tener que tirarse al Río Bravo, ese que tiene nombre de película y un caudal capaz de llevarse la vida de unos cuantos espaldas mojadas por delante; ese que cruzó Jorge la primera vez que decidió ir al Norte; el mismo que evitó la segunda vez, cuando eligió otra ruta, aunque esa es otra historia a la que no dio tiempo a llegar en los conversatorios, porque en ellos todos quieren contar sus experiencias cruzando fronteras.
En cualquier caso, la obra llegó al Norte, y es de suponer que lo hizo ya con un bagaje que alteraba sustancialmente la idea inicial con la que se partió de Guatemala: se fueron añadiendo historias, desapariciones, voces, testimonios, silencios y miradas, sobre todo miradas pues, como dice una mujer, una espectadora, la obra se entiende, porque lo que su cuerpo sintió mientras asistía a la representación, no lo había sentido en ningún otro lado.
Y así, hablando, oyendo, viendo, sintiendo, acaba esta ruta hacia este Norte, con el descubrimiento de que no hay un solo Sur y un solo Norte, sino muchos.
Y entonces, ¿por qué no ver si tienen algo en común?
MANDARINA
IRSE parte de nuevo hacia el Sur, esta vez al que se encuentra más allá del ahora tan visible Mediterráneo, ese que, aunque los políticos no lo quieran o digan no quererlo, se ha convertido en una tumba de tantos hombres, mujeres y niños que vienen de ese otro Sur.
Y descubren que allá abajo, en África, los hombres quieren lo mismo que querían en Guatemala, en México, en América; que se les parecen mucho, excepto por la piel, algo más oscura, o la religión. Por lo demás, ellos también quieren llegar al Norte, también ellos podrían decir lo mismo que un día leyó Guillermo en Coatzacoalcos, Veracruz, mientras losmigrantes pedían "luz para el camino":
Yo no quisiera ser de aquí. Amo con todo lo que soy este suelo y su gente, por eso mismo sufro de manera atroz, por eso mismo me duele hasta el aire que pasa, por eso mismo no quisiera estar aquí, no quisiera ser de aquí, no quisiera amar tanto a este país, a estas gentes. El amor se me transforma en dolor y esto no es justo. Yo amo a mi país y es un amor triste, impotente, infeliz, que me duele...
GUILLERMO SANTILLANA
Y esa tristeza que duele es la que se vio en Madrid, la soleada tarde del sábado 12 de octubre, día de la Hispanidad, en la mismísima Puerta del Sol, en el kilómetro 0 de este país al que llegaron estos guatemaltecos, con el holandés infiltrado, cargados con una bandera y un barreño de zinc, donde enjuagan sus ponchos de plástico. Y lo hacen ante las miradas sorprendidas de los turistas y las más habituadas de los que que viven en este país, familiarizados últimamente con manifestaciones, representaciones y acciones de cualquier tipo en las calles. Y hay quien mira asombrado, hay quien saca el móvil y fotografía, quien se acerca respetuoso y pregunta qué está pasando a ese que parece un agente de la autoridad y que es más bien un holandés errante.
IRSE
Se forman corros silenciosos en cada parada: en Sol, donde habitó el 15-M; en Montera, ante la mirada atónita de las pandillas de quinceañeras y de las prostitutas; frente al Mc Donald y las terrazas repletas; Gran Vía abajo hasta el Banco de España; frente al Instituto Cervantes y a la Casa de América de brillantes letras doradas, tan engalanada, tan llena de banderas limpias y ondeantes; Alcalá arriba hasta la Puerta, mezclándose con los turistas que van al Retiro y paran justo allí para la foto del recuerdo. Serrano adelante, a las puertas de Loewe, Carolina Herrera o Prada, con la falda de Mandarina convertida ya en un guiñapo pesado, los ponchos de plástico de Guillermo y Jorge rasgados; el rostro desolado de reos sin esperanza que, con sus últimas fuerzas, con los pies ennegrecidos, con la espalda mojada, ateridos en esta hermosa tarde de festivo sábado madrileño, llegan a la base del mástil de la más grande bandera jamás izada. Justo allí, con la extenuación a punto de vencerles, las fuerzas del orden pronuncian la frase: ¡bienvenidos a este país!.
MANDARINA
Afortunadamente esta historia, pese a su dureza, tiene un final feliz. Y quizá sea así porque es ficción: la gente lo intuye porque detrás hay quienes les siguen haciendo fotos, no por los rostros de los actores, devastados por la tristeza y la desesperanza.
IRSE no pudo hacerse en Madrid, pero sus calles fueron escenario y sus gentes espectadores del esfuerzo generoso e impagable de esta buena gente del Sur:
Guillermo, el hermoso titiritero de voz grave y sueños indescifrables.
Jordi, el holandés con nombre de futbolista catalán que regala postales tridimensionales de la virgen, compradas en un chino, a su madre coleccionista de estampas.
Jorge, el que venció al Rio Bravo y se enamoró del desierto africano.
Y Mandarina, tan dulce como su nombre y los postres que seguro regala.
Queda aún una larga ruta, pues venían de África y supuestamente habían llegado al Norte, aunque eso es confuso en estos tiempos. IRSE terminará en Holanda, pero antes pasará por Bélgica y Francia y es seguro que en este continente, hoy Sur y Norte se confunden. Quizá, pero sólo quizá porque esto es ficción, cuando regresen a Guatemala se encuentren, oh sorpresa, con que los polos magnéticos se han invertido y el corazón del Norte, donde realmente se encuentra es en Quetzaltenango.
¡Ojalá algún día volvamos al Norte!